Las damas no tocan la guitarra, el zopilote y mi tristeza de diciembre

Entre el intento de no romper en lágrimas y terminar una tarea pendiente, me siento a escribir, a pensar que el momento que desperdicie no regresara, y mientras pienso en eso pierdo otro momento.

La semana que me sentí solo estando acompañado. De nuevo juntando tantos recuerdos que a veces dudo hayan existido, el clima tan extraño de este diciembre tan extraño. La crítica, el asunto de la autodestrucción y el desgaste diario que sufre mi cuerpo, la inevitable carrera del tiempo contra el suspiro que es mi vida. La intervención de la fría soledad en los últimos días del año, la paranoia y la gana de ser más que hace un momento. La necesidad de acumular y golpearse contra la pared para sentir algo.

Las ganas de gastar y seguir creando más basura innecesaria. Sigo cerrando los ojos en algunos momentos y siento el aire frío y el cielo despejado frente a mi. Las ganas de impresionar y sentirme validado. El momento de reflexión y evaluación, darse cuenta lo absurdo que sueno cantando o hablando de cualquier cotidianidad. Leyendo el asunto y viendo que todo es una queja. Por encontrar cosas feas que fueron mías, que siguen siendo y que ya no me gustan.

Pensar en lo que fue el año, celebrar las mentes nuevas que encontre y las que re descubrí, extrañar a los que ya no están, extrañar sentimientos a los que me aferraba. Sonreír discretamente para mí celebrando una pequeña victoria contra las inseguridades, aunque todo arda a mi alrededor, sentirme feliz de que mi corazón vence el miedo de mi mente en algunas horas del dia. Considerar las diferencias y las similitudes que comparto pero que me separan del resto.

Asegurarse de no hacer el ridículo y callar algunas indiscreciones que lastimen a otros. El lado B de mi cassette, inspirarme por el hecho de que comparto algo más que la existencia en este lugar.

El miedo de envejecer, el miedo a dejar de existir, mi necesidad, mi ansiedad y mi desesperación de que todo sea rápido e indoloro.


Me vi en el espejo, me reconocí, trate de sonreír, los ojos cansados en una supuesta juventud, no creí que el tiempo fuera a pasar tan rápido, me confie. Y ahora el miedo me usa de vestido y a veces se maquilla de ánimo, solo pensé en animarlo en decirle que lo quería que no quería que se sintiera triste o desanimado. En agradecerle por considerar el tiempo que se tomó y la atención que me dio. Que si al final se iba a quitar la vida que pensara en alguna momento que compartimos y que lo hizo genuinamente feliz. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Después de todo siempre volvemos a lo mismo

La textura de la tristeza

Matando el tiempo en un domingo de Julio